Sus paredes exhiben casi 300 banderines de clubes de todo el mundoSus paredes exhiben casi 300 banderines de clubes de todo el mundo

Un bar-museo del fútbol: “Han venido con un martillo para clavar sus banderines en la pared”

2025/12/26 19:25

Quien lo mire de lejos puede adivinar su título de Bar Notable. Pero basta asomarse a través de la puerta que abre en la ochava de Guardia Vieja y Billinghurst, en el barrio de Almagro, para identificar al inconfundible El Banderín. Son decenas y decenas –¡cientos!– los que se exhiben en las paredes, junto con camisetas de jugadores notables y fotos de las grandes glorias del fútbol, dando forma a un improvisado museo que atrae a locales y extranjeros.

En sus más de 100 años de historia acumula miles de anécdotas, en las que se cruzan desde Carlos Gardel hasta Conan O’Brien. A la salida del vecino Mercado del Abasto, de joven, el zorzal criollo acudía junto a su madre a El Banderín a por un sándwich de salame y queso, que acompañaba con un café con leche. Ya en el siglo XXI, el célebre conductor norteamericano pasó todo un día en su salón, viendo fútbol y disfrutando de la mística del lugar.

Luis Sarni, en El Banderín

Quien hoy dirige la vida del bodegón es Luis Sarni, habitué del lugar cuando trabajaba de taxista. Desde su llegada, cuenta, busca poner en valor su valor cultural y hacerlo crecer.

–¿Cuándo abre sus puertas El Banderín?

–En 1923, pero entonces se llamaba El Asturiano. El que lo abre es Don Justo Riesco, un inmigrante que había venido de Asturias. Al principio la mitad era bar y la otra mitad almacén. Incluso tenía una sucursal en el Abasto, a la que iba la madre de Carlos Gardel a pedir de fiado. Al tiempo cierra esa sucursal y Don Justo se queda con esta esquina, a la que venían los que trabajaban en el Mercado de Abasto a comer y a jugar a las cartas.

–¿Cómo surge la colección de banderines?

–Mario Riesco, hijo de Don Justo, era fanático del fútbol y de River. Él empieza a juntar banderines. La gente que venía le decía: “¿Te puedo traer el mío?“. Al principio que sí, que no, que sí, que no... y al final empezaron a traer banderines de sus clubes. No importaba la dimensión del club, sino que figurase. Con el tiempo incluso los turistas comenzaron a traer los suyos, y así es como hoy tenemos banderines de todo el mundo. Hay uno solo que se compró, que es el de River, porque somos fanáticos del club, y como estaba el de Boca con su campeonato le metimos el de River abajo, para que recuerden cuando les ganamos en España.

Puertas adentro, se respira espíritu de barrio

–¿Cuántos banderines conforman la colección?

–Tenemos casi 290 en el salón y más de 200 en el sótano, que los tengo que subir cuando haga una reforma. Lo que hay acá adentro no lo tiene absolutamente nadie en ningún lugar. Y no solo son banderines. Te puedo dar ejemplos.

–Contame.

–En el mundial de Estados Unidos, en el partido Argentina-Nigeria, que terminó 2 a 1, Caniggia le pide a Diego el pase. Diego lo hace aguantar, pero después le da el pase y hace el gol. Esa camiseta la tenemos acá. Tenemos banderines de la época de los juegos de Evita, que son de cuero. Tenemos un banderín de la selección de España con el águila [que se usó durante el gobierno de Franco], y cuando todos dicen “eso es algo de la dictadura”, respondemos que lo que tenemos es un banderín que refleja el pasado y la historia del club. Hay acá algunos que tienen 70 años: han venido mexicanos que han encontrado banderines de clubes que ya no existen.

La clásica esquina de Billinghurst y Guardia Vieja

–Anécdotas debés tener muchas...

–Te cuento una pequeña. Viene un italiano y me dice: “Esto no es verdad”. Me señalaba un banderín del Verona con una bruja con un grano. “Sí, existe y es original”, le digo. Me responde que él sabe del tema, que su tío es el jefe de prensa del Verona. “Bueno, llamalo y decile que se fije”. Le manda una foto del banderín y el tío responde que no lo conoce. Yo le digo: “¿No hay un museo en el club? Que se fije ahí”. A los 15 minutos lo llama el tío, llorando, porque nunca había visto el banderín con la bruja y el grano que efectivamente estaba en el museo, y no podía creer que estuviera acá, a miles de kilómetros, en un bar.

–Además de los fanáticos, ¿la gente de los clubes acerca sus banderines?

–Sí, el vicepresidente de Independiente trajo su banderín, la Gorda Matosas mandó el suyo, Alberto J. Armando nos dio un banderín cuando estaba haciendo la ciudad deportiva de Boca. Passarella trajo la camiseta cuando hizo el gol número 100 y Bava no se lo convalidó. Fue el mismo Daniel el que la trajo acá. Y así te podría ir nombrando un montón.

Maradona siempre presente

–Si viene un hincha y no encuentra el de su club, ¿qué pasa?

–Si viene uno de Belgrano de Córdoba y su banderín no está, pero está el de Talleres, se enoja y me lo manda para que lo cuelgue. Y los mandan a través de gente, no por encomienda, porque quieren que filme cuando lo cuelgo. Incluso hay quienes han venido con su martillo y su clavito para ponerlo en las paredes.

–Con tanta mística futbolera, imagino que debe ser un lugar que convoca hinchas en partidos importantes.

–Nosotros acá festejamos el Mundial y fuimos uno de los pocos bares en Buenos Aires que cerraron para irse con toda la clientela al Obelisco. Cuando ganó la Argentina cortamos la calle. Algunos locales vecinos cerraron pensando que había vandalismo, pero éramos nosotros que estábamos eufóricos. Así que cuando terminó el partido los clientes nos ayudaron a entrar las mesas, las sillas, incluso lavaron las copas, y después fuimos todos en caravana de El Banderín al Obelisco. Como se festejó acá no se festejó en ningún lado. Fue una belleza.

Orgullo por el barrio de Almagro, a solo a un par de cuadras del Abasto

–Hay videos en redes que muestran a los clientes tirándose soda de mesa a mesa durante el partido.

–Eso empezó porque nosotros les tirábamos soda a los clientes cuando alentaban de una forma equivocada. Había algunos que no entendían el deporte, entonces gritaban cuando atacaban los otros. No es así, les explicábamos: “cuando ataca Argentina alentamos, cuando atacan los otros nos callamos”. Empecé a tirar soda, pero ya al otro partido la gente empezó a pedir que cada mesa tuviera un sifón y se los dimos. Y todos tiraban soda si alguien hinchaba de forma incorrecta. ¡Pero con código!

–¿Cuál es tu banderín preferido?

–Por antiguedad, el de cuero de la época de los campeonatos Evita. Después los de River, porque soy enfermo de River, y los de más de 70 años, que son de tela y no se pueden tocar porque se deshacen. También unos de Boca y de River pero fabricados en Rusia y escritos en ruso. Y uno que me llama la atención porque dice que es de Boca pero tiene los colores de River. Es un banderín que se hizo en Bell Ville, Córdoba, donde empezaron a discutir sobre cómo llamar al club. Unos querían Boca, otros River, entonces el cura del pueblo tiro una moneda: “Cara elije color, ceca elige nombre”. Y así salió el banderín. Son cosas que se atesoran.

–¿Cómo llegaste a hacerte cargo del lugar?

–Yo el bar lo agarro hace seis o siete años, y lo reformo. Soy taxista y me juntaba acá con otros taxistas durante años. En un momento el dueño del bar se lastima una pierna (yo para ese entonces ya era amigo) y los hijos me piden si puedo ayudar a su padre. “Hacele el cierre”, me piden, llenar las heladeras con bebidas, acomodar el bar, barrer... Cuando se enteran mis amigos de que estaba acá haciendo el cierre dijeron: “Vamos a tomar algo que está el Tano” (así me llaman). La gente empezó a venir, se empezó a armar el ambiente y cuando me di cuenta eran las dos de la mañana y tenía un tipo cantando a la gorra en la puerta y todo el boliche lleno. Al tiempo me proponen que alquile el local y ahí me hago cargo.

Don Justo Riesco, fundador de El Banderín

–¿Qué comida caracteriza a El Banderín?

–Al principio era un bar donde se hacían picadas y sánguches, y de ahí no se movían. El clásico era el de crudo español y el de peceto. Cuando lo agarré yo, me daba bronca que todos los demás bares con mucho menos prestigio tuvieran más gente. Entonces empecé a agregarle comida. Y como pienso que está todo inventado dije: “Imitemos y mejorémoslo”. Hoy es un restorancito con una carta bastante interesante, y otras de las cosas interesantes es el precio. Pienso que la mesa vacía no te da ganancia, pero la mesa con alguien, aunque sea un amigo y no le cobres, es la que llama. Es como en la ruta: viste tres autos importantes y no parás, pero cuando ves un Renault 11 y dos camiones ahí sí, porque sabés que es accesible y que la comida está buena. Acá lo mismo. Yo siempre aposté a mucha mesa llena, mucho recambio, y en la cantidad gano a pesar de que mi precio sea un 30% inferior a cualquiera del barrio.

–¿Qué es lo que más sale?

–Las picadas calientes, que tienen de todo: pollo, albóndigas en salsa, albóndigas veganas, papas fritas, batatas fritas, milanesitas cortadas, muzzarellas rebozadas. Y las picadas frías de fiambre. También salen mucho las milanesas, son gigantes.

–¿Decías que planeás hacer reformas?

–Sí, primero lo voy a poner más bello, después voy a tratar de agrandarlo un poquito porque nos queda chico. Cómo, no sé. Pero me da lástima tener en invierno lista de espera: hace frío y se quedan de onda, o porque está barato. A ambos clientes los tengo que respetar, tengo que encontrar la forma de meter más gente adentro y que estén cómodos, pero sin subir los precios.

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